Por Raúl Guzmán González
A partir de comprender a Colombia sintiéndola y pensándola como una construcción simbólica de paz, me pregunto: ¿Cómo forjamos país desde la escuela? ¿Será, poetizando la existencia en el encuentro diario con la niñez y con la adolescencia? ¿Será aprendiendo a escuchar al otro, sintiendo aquello que vive el otro, a veces su angustia, dolor y sufrimiento, a veces compartiendo sus alegrías, sus dudas, sus faenas? Esa actitud de buena voluntad hacia el otro, es un gesto creador de belleza y nos consagra como poetas. Así no escribamos un solo verso, nuestra vida se vuelve poema y la relación profesor-estudiante adquiere la dinámica necesaria para que el ritmo del trato manifieste sus movimientos más amables y logremos trascender las disonancias y las discordancias usuales y ordinarias de la convivencia. Lo extraordinario es la forma poética como confrontamos aquellos momentos imposibles de resolver con el método científico, pero sí con la comunicación, para que todas las partes comprometidas en el diálogo se dejen iluminar por una conciencia poética que sintetice y unifique todas las formas del arte. Tal vez por eso Dilthey manifestó: “La poesía es el órgano de la comprensión de la vida; el poeta un vidente que vislumbra el sentido de la vida”.
¿Quién mejor entonces para interpretar las sutilezas que implica crear una cultura de paz, que el poeta y su poesía? Pues la sensibilidad que se desarrolla en comunión con el vivir poético, otorga el don de comprenderse a sí mismo, al otro y a lo otro desde su propia alma. Sin reflexión y sin poesía el mundo difícilmente es habitable.
Aportemos nuestros buenos deseos y voluntad a los procesos de reconciliación, forjando territorios aptos para que prospere la felicidad en los corazones y las mentes de los colombianos, transformando los ámbitos académicos y comunitarios en espacios propicios para el diálogo de saberes, incorporando a las prácticas pedagógicas y terapéuticas, el afecto y la imaginación como raíces del conocimiento. Recordemos que etimológicamente la palabra terapia, significa: cuidar, aliviar, atender. Por ende, un buen ser humano, agente de paz, es sin lugar a dudas un buen terapeuta. En este sentido, la poética expresada en pedagogía, implícitamente es un ejercicio terapéutico que nace del amor y la vocación y se constituye en una práctica de servicio.
Ustedes se preguntarán, ¿Cuál es la misión de la poesía? ¿Acaso la poesía tiene alguna misión? Y más ¿en la construcción de la paz?, ¿quiere decir esto, que la paz se construye con versos? Aclaro que el concepto de poesía viene de poiesis que es toda actividad creadora y por ende, también parte fundamental del ejercicio de la poesía consiste en escribir versos, pero no se limita a tal propósito; se puede hacer poesía convirtiendo la vida en una obra de arte, o viviendo el rol de estudiante como un poema al ejercicio de aprender y asombrarse con el saber, o como práctica amorosa de profesar una ciencia desde la vocación, o con el cuerpo danzando, o con colores encantados, pintando o con los instrumentos musicales despertando al sol dormido en el jardín de una muchacha. Mi paso como profesor por algunos colegios me ha enseñado que la poesía como actitud y diálogo con todas las áreas del conocimiento, en la construcción de la paz, se vuelve un pensar y sentir refrescante que salva a todas las ciencias de ser mariposas disecadas. Por eso existen profesores de química que, por su talante poético, bien podrían ser alquimistas y encontramos estudiantes de física que son auténticos artistas, capaces de superar la ley de la gravedad, cuando descubren en una sonrisa el lado lumínico de la vida. De igual manera he encontrado en las comunidades educativas, padres y madres de familia que son joviales compañeros para sus hijos y que se esmeran por crear con ellos lugares lúdicos, donde el hogar es un oasis. Estos seres de paz y poesía, usualmente interactúan, colaboran y participan con los programas del colegio. No delegan toda la responsabilidad del proceso formativo en los profesores, porque de una u otra forma, son pedagogos maravillosos así no estén certificados por el escalafón docente.
En el horizonte que propongo, ¿Puede la poesía constituirse en el núcleo de la paz y orientar la filosofía escolar hacia metas de menos competencias y más felicidad? Esta pregunta en varias oportunidades me causó desvelos. Imaginaba como trascender esa prosa del deber ser, con sus horarios estresantes, obligaciones excesivas y agendas de aburrimiento, hasta cuando comprendí que la poesía es un estado de conciencia donde no existe la resignación a la rutina y a la funcionalidad sin alma que a veces vuelve gris el oficio de enseñar y aprender. El encuentro poético y de paz con la vida en el escenario de un colegio nos invita a diseñar una clase, de una manera que cautive la atención de los estudiantes, que si nos escuchan sea por el buen manejo del arte creador de la comunicación y no por imposición, ni por el poder que da la investidura docente. Tal propósito implica no ser dictador, sino mediador de procesos, ni creerse dueño de la verdad, y sí permitir el derecho al disenso y a la equivocación. De igual forma en esta perspectiva, a los estudiantes les corresponde no comer entero, es decir, dudar de la información, incluso verificarla por su propia cuenta, tomando varios puntos de referencia, disfrutando de la investigación, asumiendo actitudes de crítica constructiva. Y tanto a estudiantes como profesores nos corresponde poéticamente hacer uso prudente del lenguaje, no ofender ni maltratar, para que las relaciones humanas sean afables y permitan que el tiempo transcurrido se vuelva gratificante.
La poesía como forma de saber integrador de la ciencia y el arte, sensibiliza para apreciar la belleza de la vida y comprehender la democracia como un ejercicio vocativo ético y estético que humaniza el acto pedagógico.
En el hogar y en el colegio los niños y las niñas adquieren su primer modelo social, que, si es benéfico, les permitirá establecer relaciones armónicas con su entorno inmediato, para defender sus derechos, y asumir sus deberes más por responsabilidad individual y sentido de pertenencia social que por obligación legal.
La formación poética para la democracia en interacción con la filosofía y la política implica una preparación personal desde el interior del ser y social desde las relaciones afectivas con el entorno, humanizando la vida.
De acuerdo con lo anterior, surgen las siguientes preguntas: ¿Las distintas instancias de las comunidades educativas están preparadas para asumir un compromiso con la poética social escolar? ¿Existe interés pedagógico en formar en los estudiantes el valor autonomía?
Construyamos el quehacer diario pensando en la niñez y la juventud como las edades más receptivas a la poética de la vida, donde la participación democrática es por naturaleza el fruto de la imaginación creadora.
Así las clases se convierten en espacios encantadores y bellos por su manera de comprender el corazón de niños, niñas y adolescentes, promoviendo aquellas virtudes y valores que con la democracia cotidiana fundan un reino de la imaginación, protegido por la ternura contra los ataques del desamor y la rutina; antivalores que usualmente invaden diversos territorios.
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