Creció en mi frente un árbol.
Creció hacia dentro.
Sus raíces son venas,
nervios sus ramas,
sus confusos follajes pensamientos.
Tus miradas lo encienden
y sus frutos de sombras
son naranjas de sangre,
son granadas de lumbre.………………………………………Amanece
en la noche del cuerpo.
Allá adentro, en mi frente,
el árbol habla.…………………….. Acércate, ¿lo oyes?¿lo oyes?
Octavio Paz.
Como expresión de una costumbre ancestral de diversos pueblos y una tradición adoptada por el mundo cristiano, vestimos un árbol en el mes de diciembre, guiados por la predisposición de dejar allí regalos para adornar con nuevas emociones y alegrías el sentimiento de la Navidad; época de celebración que une a la familia, reanima los vínculos de la amistad y las alianzas que nacen en el corazón.
Así, desde una mirada poética, con los pies puestos en el solsticio de invierno, invoco al sol crístico y llamo a la naturaleza verde de esperanza, conectada al arquetipo del Niño Divino, cuya presencia en el alma del mundo, por éstos días, enciende luces en los hogares, morada del hombre que en el mes doce del calendario gregoriano se prepara para renacer; meta espiritual que algunos aún mantenemos viva.
El Árbol de Navidad se asocia con el Árbol de la Vida que, en las religiones monoteístas como el judaísmo, el cristianismo y el islam, lucía en el centro del Jardín del Edén, los adornos del árbol que vestimos, en su unidad, simboliza el nuevo estado paradisiaco, al cual accedemos cuando en nosotros se despierta el niño interior y su llama crística. ¿Qué acciones vamos a realizar para encender en nosotros esa llama? ¿Permanecerá nuestra alma perennemente verde a pesar de los embates del tiempo? ¿Será que la Navidad nos sorprende distraídos, lanzados hacia lo externo y superficial del mundo?
En consecuencia, con lo anteriormente dicho, el Árbol de la Navidad nos trae al presente nuestro Árbol de la Vida: para crearlo hay que ser poeta, para pensarlo hay que ser filósofo, para adorarlo hay que ser sacerdote, para transformarlo hay que ser mago, para sanarlo hay que ser médico. Pero para todo eso, hay que despertar al Niño Divino en nuestro corazón.
De éste modo, el Árbol de la Vida en su relación con la poesía, representa el vivir poéticamente la existencia, asumiéndola en sus momentos contemplativos y transformadores, en todo caso, con la profundidad del ser y en sus posibilidades. Las raíces simbolizan nuestro origen y los ancestros, de ahí nace el árbol genealógico. El tronco, constituye el conjunto de virtudes y valores elegidos para ser desarrollados en conexión con la fuente primordial que une cielo y tierra armónicamente. Las ramas simbolizan la ética y la estética que ejercen influencia en las decisiones, las acciones y los senderos que transitamos con sus huellas.
Así, el Árbol de la vida, en ésta experiencia integradora, es el sí mismo en sus cimientos, principio y proceso de autorrealización humana divina y mágica que no cesa con la muerte, considerándola idealmente, sólo como el final de un ciclo al servicio de la belleza, el amor, la verdad, la reflexión, la transmutación de las emociones, los sentimientos y los pensamientos.
El nacimiento de un Niño Dios, paradigma de poeta y por lo tanto de creador, viene a recordarnos la poesía en sí que a veces los seres humanos somos: ese piloto que viaja raudo por los cielos de la amistad para acortar las distancias del abrazo, la sacerdotisa que oficia en la cocina una oración de olores, aromas, colores y sabores, en aras de celebrar una cena familiar; el científico que amanece constante a la cotidianidad del laboratorio y persiste en el encuentro con los tubos de ensayo, hasta que un día, la estrella del conocimiento lo visita, para anunciarle que se avanzó un paso más en la fórmula de sus desvelos; la bailarina que transforma su cuerpo en un templo abierto a la música; el lustrabotas que conversa con un cliente y a través de sus palabras amables, le deja un brillo en el ánimo que le alcanza para todo el día y lo protege de los inviernos de la oficina.
En gracia de Navidad y de poesía reaparece el mago que se recrea con solo disfrutar del viento, el césped y el trinar de los pájaros, reaparece el que se solaza leyendo cuentos de hadas, el que juega con la pelota en compañía del hijo, el que es diestro en hacer cosquillas y se toma un tiempo para saborear un beso y decir espontáneamente “te quiero” o expresarlo sin palabras.
La Navidad es una época propicia para explorar en los tesoros de la imaginación, perdonar a quienes nos han ofendido y planear los caminos por donde transitaremos el próximo año. De igual manera, es el tiempo de renovar los sentimientos de amistad, de hermandad, de solidaridad, de compromiso con las causas sociales y es propicia para abogar por la justicia y la equidad, porque mientras haya hambre y violencia en el mundo, expresada de diversas maneras, entre ellas, la destrucción de la naturaleza y como especie humana continúen rotos nuestros hilos con la dimensión espiritual, no lograremos una paz genuina.
En nombre de PAFMI – Pedagogías y terapias de afecto e imaginación, Editorial 89079, Corporación Eudaimonía, Poesíalapaz y el Centro de Pensamiento Poético El Árbol de la Vida, les deseo una Navidad rica en momentos alegres y de recogimiento, en compañía de los seres amados.
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