Amadeo Guzmán, mi padre, decidió irse en el diciembre del año 2018 el día 4 a las 4 horas y veinticinco minutos de la mañana, murió en su ley escuchando música clásica y en su lecho rodeado de todas las atenciones de mi hermana y mi madre, quienes, hasta el final, durante su larga enfermedad, le prodigaron el afecto y las atenciones que él merecía.
Amadeo, le hizo honor a su apellido Guzmán que significa “hombre bueno”, esa era su mayor virtud, se comprometió con toda su existencia a ser un buen padre con gran dedicación, muy receptivo, poseía un oído cultivado no solo para interpretar el violín, sino para escuchar al hijo, a la hija, a los nietos, a la esposa. Fue un hombre de familia, maestro en el arte de la ternura, sabía consentir, proteger, arropar con las cobijas del cariño. Cuando con mi hermana éramos niños pequeños, en muchas oportunidades él nos llevaba de la mano al colegio y nos cargaba la maleta, siempre estuvo presente, pero no era la presencia incómoda del patriarca autoritario, sino del padre dispuesto a servir, a brindar su ayuda cálida, alegre, incondicional. Fue hombre de una profunda sensibilidad para acompañar en el momento justo, sin hacerse notar, sin protagonismos, a veces de una manera silenciosa o con la palabra amigable, dulce, acariciadora y sanadora.
Espero en otra existencia volvernos a encontrar y le contaré el final de mi último libro, de mi último verso, de mis últimos amores, de esas palabras que todavía me faltan por pronunciar, de esos abrazos que aún no he dado.
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